domingo, 22 de septiembre de 2013

lo que comemos afecta a nuestro cerebro




Nada mejor que hacer un esfuerzo eficiente y lograr dos objetivos en uno. Hace algunos días, declararon que la dieta mediterránea es buena tanto para el corazón como para el cerebro.

De acuerdo a un estudio realizado en España, que incluyó a más de 1000 participantes y se extendió durante seis años y medio, aquellos que siguen este régimen complementado con aceitunas y nueces mantienen un desempeño cognitivo de alto nivel. Esta clase de alimentación, además, puede reducir el riesgo vascular o circulatorio, la inflamación y el daño por oxidación en el cerebro.

La dieta mediterránea no cuenta con alimentos procesados ni grasas dañinas; está compuesta, principalmente, por granos integrales, frutas y vegetales, legumbres, pescado y, para los gustosos del buen beber, vino tinto. Se trata de un plan de alimentación basado en elementos antioxidantes y antiinflamatorios.

Aprovechando este descubrimiento, repasamos algunas investigaciones recientes que demuestran que el cerebro se puede cuidar a través de la comida.

1. Para tu mente, menos desayuno equivale a más almuerzo

“Desayuna como un rey, almuerza como un príncipe y cena como un mendigo”, es la frase que toda abuela ha pronunciado en alguna oportunidad para incentivar a quienes han buscado saltearse la primera comida del día. La frase no es trivial, y se ha demostrado que responde a una cierta lógica.

Tony Goldstone, miembro del Clinical Sciences Centre de Londres, escaneó el cerebro de aquellos que esquivan el desayuno y encontró que en ellos, las áreas de la cabeza que interpretan el placer se activan al ver comidas con alto nivel calórico. Como previsible contrapunto, la actividad cerebral es mucho menor si la persona ve alimentos livianos o bajos en calorías. Para tu cerebro, saltear el desayuno implica no solo comer más en el almuerzo: también buscar y elegir platos cargados y poco sanos.





2. Dietas altas en azúcar afectan la memoria y el aprendizaje

La dulzura tiene su precio. De acuerdo a un estudio realizado en la Universidad de California, el cerebro de quienes ingieren azúcar en cantidad durante seis semanas puede experimentar una merma pronunciada en las funciones cognitivas.

Para llegar a esta conclusión, los investigadores alimentaron con jarabe de fructuosa de maíz a un grupo de ratones entrenados para moverse en un espacio familiar. Con el pasar de los días, los animales fueron demostrando, de forma progresiva, dificultades para ubicarse y orientarse en un lugar que ya les resultaba conocido.
“El estudio demuestra que una dieta azucarada afecta tanto al cuerpo como al cerebro”, detalla Gomez-Pinilla, uno de los investigadores. Considera, además, que la insulina, hormona encargada de regular el metabolismo de carbohidratos y grasas en el cuerpo, puede jugar un rol en este resultado: “Es importante para la circulación de azúcar en sangre, pero puede ejercer algún tipo de influencia en el cerebro que afecte la memoria y el conocimiento”.





Los científicos tomaron a otro grupo de ratones a los que les dieron un suplemento con Omega 3, un ácido graso que previene el daño y la reducción de sinapsis. El resultado fue opuesto: los roedores lograron un desempeño cognitivo mucho mayor que el primer grupo. Por lo tanto, el grupo de la Universidad de California dedujo que el Omega 3 es la respuesta más apropiada para una dieta alta en azúcares.
Si te gustan las golosinas y no quieres perder la cabeza, no te preocupes. La solución estará en los ácidos grasos de alimentos como el salmón, el atún, las sardinas, el tofu, las nueces y la soja. (De todas formas, recuerda que existen dudas de que el azúcar sea tóxica.)

3. El té verde mejora la memoria

Millones de chinos no podían estar equivocados. Las propiedades químicas de la bebida más popular del gigante asiático, que forma parte de su tradición hace varios siglos, contribuyen a la generación de células cerebrales y beneficia la memoria e inteligencia espacial. Esta afirmación deriva del estudio encabezado por Yun Bai, un profesor de la Third Military Medical University de Chongqing, que analizó los múltiples puntos fuertes del té verde.





El académico chino estudió junto a su equipo las propiedades del EGCG, un componente clave de esta infusión que funciona como antioxidante. “Comprobamos que el EGCG puede mejorar la función cognitiva porque produce un efecto beneficioso para la generación de células neuronales (proceso conocido como neurogenesis)”, explicó Bai.

4. El hambre afecta tu capacidad de tomar decisiones

El comportamiento está afectado por la abundancia o escasez de alimento. En el reino animal, por ejemplo, un depredador está dispuesto a tomar riesgos y a cazar presas peligrosas cuanto más hambre tiene. Las personas también tienen lo suyo: quienes tienen la panza vacía son más propensos a tomar riesgos financieros que aquellos que tienen tiempo para alimentarse.
La drosophila, mejor conocida como la mosca de la fruta, puede enfrentar ciertos peligros en caso de experimentar necesidades nutricionales.





Este insecto percibe el dióxido de carbono en bajas cantidades como señal de peligro e invitación para volar hacia otro lugar. Sin embargo, las plantas y las frutas podridas, principales delicias de la drosophila, son pequeñas emisoras de CO2. Cuando necesitan alimentarse, estas moscas privilegian su instinto de supervivencia: vencen su aversión a esta sustancia peligrosa y optan por comer a pesar de las consecuencias.

5. La fructosa: un remedio peor que la enfermedad

El hambre debe corresponderse con una determinada cantidad de alimento que, de ser posible, tiene que saciar el apetito sin caer en un exceso. El consumo indiscriminado de fructosa, un componente del azúcar presente de forma natural en vegetales, frutas y miel, produce poca sensación de saciedad e invita a incrementar la cantidad de comida ingerida. La glucosa, que vendría a ser como su hermana azucarada, resulta mejor promotora para satisfacer el apetito.



Para llegar esta conclusión, científicos de la Yale University School of Medicine llevaron a cabo un estudio en el que tomaron a 20 adultos saludables y monitorearon su actividad cerebral mientras ingerían fructosa y glucosa para evaluar los factores neuropsicológicos que subyacen entre el aumento de peso y el consumo de estos azúcares.
Al ver la variación en el flujo sanguíneo hacia el hipotálamo, Kathleen Page, directora de la investigación, concluyó que “la glucosa reduce el ritmo de las regiones que regulan el apetito, la motivación y el procesamiento de recompensas. Además favorece la conexión entre el hipotálamo y la sensación de saciedad”.
Teniendo en cuenta los resultados negativos en relación a la saciedad de la fructosa, es importante recordar que el jarabe de fructosa es un componente clave en diversos tipos de alimentos dulces procesados, como la gaseosa.

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